¿Por qué entré al grupo de los Zetas?
"Francisco esperaba continuar con sus estudios, pero tuvo que renunciar por razones económicas", explica su novia, en una aldea en el estado de Tamaulipas, una de las regiones más afectadas por la ola de violencia que afecta al país.
Su madre, enferma de diabetes, no podía trabajar ni conseguir el dinero para pagar la matrícula por lo que Francisco "decidió abandonar la escuela para cuidarla", asegura que la joven que prefiere mantener su anonimato.
Su penúltimo trabajo legal fue en una estación, de guardia de seguridad, donde cobraba apenas lo mínimo para poder comer.
Para su amiga, estaba claro que intentó no convertirse en un 'ni-ni', uno de los 7,2 millones los mexicanos jóvenes que no tienen ni trabajo ni estudios, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
En su infancia, Francisco conoció a otro chico, líder de la célula de los Zetas que, a menudo, le lanzaba propuestas para integrarse en la organización.
Conocido por su crueldad, los Zetas se han convertido en una opción profesional para muchos jóvenes, especialmente en el norte y este del país. Con ese tipo de ofertas, Francisco se encontró frente a un dilema. "No sabía qué decir. Se preguntaba qué estaba bien o mal, quería estudiar pero su madre ya no trabajaba para recuperarse", dijo.
Finalmente, renunció a su trabajo como portero y cogió otro para intentar pagar el tratamiento de su madre, pero estaba muy mal pagado también. Un día, los miembros de los Zetas fueron a buscarlo y le reiteraron su oferta. Francisco tomó una decisión.
Poco después, un grupo armado lo hizo subir a bordo de un vehículo de lujo, simulando un secuestro. También lo entrenó en la extorsión y el reclutamiento forzado.
Cuando su novia lo vio, llevando armas y con un seudónimo, Francisco le confió su papel en la organización: "Le dieron una radio y lo enviaron con otros jóvenes. Su trabajo consistía en patrullar los puntos de venta de droga y coordinar con los vigías para controlar cualquier movimiento extraño, sobre todo de las autoridades o vehículos sospechosos".
Tenía que estar a las órdenes de sus jefes de día o de noche, estuviera donde estuviera. Fallar era sinónimo de crueles represalias.
Cuando fue asesinado el pasado mes de junio, Francisco estaba participando en el transporte de un cargamento de armas. "Eran las once de la noche. Justo antes de caer a disparos de los soldados habló conmigo. Me dijo que tenía que colgar porque le habían ordenado ir allí", dice la joven.
"Se reunieron con el ejército (...) No hubo prisioneros", dice ella. Al día siguiente sonó el teléfono: "Me llamaron a la morgue para identificar el cuerpo debido a que el último número al que llamó era el mío".


